Obsesión por la belleza
TRASTORNO DISMÓRFICO CORPORAL - DISMORFOFOBIA :: Trastorno Dismórfico Corporal :: Información de Interés
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Obsesión por la belleza
Mostrar preocupación excesiva por un defecto corporal mínimo o inventado puede ser síntoma de este trastorno en el que la imagen de uno mismo causa inconformidad; sus consecuencias pueden ser aislamiento, bajo rendimiento y deterioro en la calidad de vida, pero mejoran notablemente con ayuda especializada.
Es normal que todo ser humano se preocupe por la imagen que proyecta hacia sus semejantes y que invierta cierta cantidad de tiempo y esfuerzo para adquirir su guardarropa, cambiar de peinado o mejorar su apariencia. Sin embargo, resulta preocupante cuando esta conducta se vuelve obsesiva y autodestructiva, por lo que se recurre a numerosos tratamientos de embellecimiento, dietas, asesores de imagen o cirujanos plásticos sin quedar conforme con los resultados aunque, eso sí, con una vida social y economía personal muy desgastadas.
Evidentemente, el que la preocupación por la autoimagen se convierta en elemento central de anhelos, conversaciones y actividades puede deberse en gran parte al culto hacia los estereotipos y la apariencia personal que predomina en la sociedad contemporánea pero, sobre todo, puede tener sus raíces en la predisposición personal a sufrir una condición llamada síndrome de distorsión de la imagen, trastorno dismórfico corporal o dismorfofobia (proveniente de las palabras griegas dysmorfia, que significa fealdad, y fobia, temor).
Este problema se caracteriza porque quien lo padece tiene la firme idea de que una parte de su cuerpo (o todo) luce desagradable, además de que sufre angustia por esa supuesta fealdad; asimismo, cualquier minúscula imperfección adquiere importancia desmesurada y hay tendencia obsesiva por abordar temas relacionados con el atractivo personal. Algunas estimaciones muestran que el 45% de las quejas se centran en la forma de la nariz, aunque no se descarta la mención de abdomen, cuello, mandíbula, cabello, boca, senos, manos, piernas, glúteos, pies o genitales.
La dismorfofobia tiene mayor incidencia en adolescentes de ambos sexos y, al parecer, guarda relación con las transformaciones de la pubertad, que comienzan hacia los 12 años de edad, aunque la mayoría de los casos severos se hacen evidentes durante la adolescencia, es decir, de los 15 a los 18 años. Asimismo, se calcula que el 1.5% de la población mundial sufre esta condición, pero los expertos insisten en que dicha cifra puede ser poco fiable debido a que muchos afectados tratan de ocultar su problema y permanecen en el anonimato.
Es importante realizar una detección oportuna y convencer a la persona de que reciba ayuda profesional, pues con ello se puede prevenir el surgimiento de actitudes perjudiciales y la evolución de algunas condiciones asociadas, concretamente depresión (fuerte decaimiento que se manifiesta con tristeza profunda, autoculpa y soledad), ansiedad (estado emocional caracterizado por inestabilidad, insomnio e irritabilidad), anorexia (pérdida de peso por dejar de comer y someterse a intensas rutinas de ejercicio) y bulimia (episodios repetidos de excesivo consumo de alimentos seguidos de vómito o uso de laxantes).
Complejo problema
El síndrome de distorsión de la imagen fue descrito en 1886 por el psiquiatra italiano Enrique Morselli, quien le llamó dismorfia corporal, y en la actualidad se le clasifica dentro del grupo de los trastornos somatomorfos, es decir, aquellos en los que el paciente presenta quejas y síntomas físicos sin que los exámenes médicos demuestren la presencia de alguna enfermedad. Otros padecimientos de este grupo son hipocondría (preocupación marcada por sufrir un problema de salud grave), somatización (aparición de numerosos malestares sin causa detectable), embarazo psicológico (desarrollo de todas las característica de la gestación sin que haya fecundación del óvulo) y trastornos por dolor y de conversión (respectivamente, surgimiento de dolor incapacitante y alteración del movimiento y funciones sensorial como ver y oír, ambas carentes de explicación).
Las causas de la dismorfofobia son múltiples y actúan sobre cierta predisposición individual, la cual puede ser heredada de los padres. Esta característica consiste en la exagerada preocupación por la imagen corporal y la idea de que las demás personas perciben su defecto de manera excesiva.
En casi todo paciente se encuentra que ha sufrido burlas y señalamientos respecto a su cuerpo o alguna parte del mismo durante su infancia y, sobre todo, en la adolescencia, etapa en la que la personalidad del ser humano se encuentra todavía en formación y durante la cual, al carecer de experiencia, se es psicológicamente incapaz de defenderse de las agresiones externas, como un comentario proveniente de los padres o de los amigos.
A las dudas características de la juventud pueden sumarse las continuas imágenes mostradas por los medios informativos y la publicidad, ya que a menudo acentúan la idea de que la “perfección” del cuerpo es una meta que se debe alcanzar a toda costa para ser alguien en la vida y alcanzar la felicidad. Así, quienes observan estos mensajes se sienten obligados a compararse y cumplir con los rígidos estereotipos de belleza que se le proponen para ser aceptados.
Otros factores que facilitan el desarrollo del trastorno dismórfico corporal son mala comunicación familiar, inadecuado manejo de las emociones y disminución de la autoestima. Es común que un joven trate de compensar estos problemas de alguna manera, siendo usual tratar de ser aceptado por un grupo de amigos, frecuentemente a través de la imitación de un ídolo o la imagen de moda. Este hecho se presenta con más frecuencia en el caso de las chicas.
La gravedad de la dismorfofobia es mayor cuando el problema persiste en la edad adulta, pues no permite que el paciente adquiera la suficiente madurez psíquica para relacionarse adecuadamente con sus semejantes, resolver problemas o tomar decisiones en su beneficio general, y no sólo en función de su apariencia.
Falta de aceptación y autocastigo
Las personas que padecen dismorfofobia suelen ser perfeccionistas, tímidas, ansiosas y muy sensibles al rechazo; también, la mayoría sufre depresión, que generalmente se manifiesta con intenso sentimiento de angustia e inferioridad, pudiendo presentar también alteraciones graves en la alimentación.
El temor a verse disminuido ante los demás, a hacer el ridículo y, por tanto, a ser posible víctima de la risa y burla de otros, provoca una serie de conductas evitativas, las cuales van de tratar de no salir a la calle o no tener encuentros sociales, a ocultar aquellas partes del cuerpo que generan vergüenza e, incluso, no mencionarlas. Por otra parte, la preocupación desmesurada del paciente por un detalle físico en el que invierte mucho tiempo y dedicación para tratar de mejorarlo, le impedirá concentrarse en cualquier otro tema, especialmente sus deberes escolares (o laborales) y la relación con sus amigos y familia.
Es notable que cuando se le pide al adolescente o adulto joven con síndrome de distorsión de la imagen que se evalúe a sí mismo, excluyendo aquellos detalles que le molestan, es muy acertado en su evaluación; empero, basta con hacer pequeña referencia a sus “defectos” para acabar con su seguridad personal y hacer que muestre su carácter inseguro, introvertido y obsesivo.
En este mismo sentido, aunque la persona afectada sepa que no tiene razón para preocuparse, no puede evitarlo, o bien, cree firmemente tener un defecto corporal, a pesar de que las evidencias apunten en sentido contrario. Esto es peculiarmente problemático, ya que con el tiempo el cuerpo es rechazado, causa sufrimiento y por ello puede ser maltratado mediante ejercicio físico extremo y dietas rigurosas. Así, se incurre en actitudes propias de la anorexia o bulimia, como inducir el vómito y tomar medicamentos que favorezcan la emisión de orina (diuréticos) o aceleren la evacuación del contenido intestinal (laxantes).
Tampoco es raro que el paciente invierta fortunas en visitas frecuentes al dermatólogo o cirujano plástico (se cree que poco más del 9% de los pacientes que acuden a estos especialista presentan trastorno dismórfico corporal), y aunque puede tener cierto grado de conciencia de que algo no anda bien en su comportamiento, es muy raro que busque la ayuda de un psiquiatra o psicólogo, pues generalmente oculta sus síntomas y le da vergüenza hablar de su sufrimiento.
A este respecto, es muy importante señalar que depresión va de la mano de la dismorfofobia, y que esto puede llevar al paciente a tratar de cometer suicido. En efecto, la persona puede convencerse durante una crisis de que sólo al quitarse la vida pondrá fin a su angustia, ocasionada por los defectos físicos que cree tener.
Una estadística interesante señala que entre el 10 y 12% de los pacientes que acuden a recibir atención por depresión pueden estar cursando un trastorno dismórfico corporal.
Existen soluciones
Los especialistas en salud mental (psicólogo, psiquiatra) coinciden en que esta enfermedad no es curable, pero puede controlarse mediante terapia psicológica para tratar de modificar las ideas y conductas del paciente, a fin de que mejore la relación consigo mismo, aprenda a manejar el estrés y supere sus temores. También es muy importante el apoyo que pueda brindar la familia (no debe ejercer presión en el paciente ni ridiculizar, además de entender el esfuerzo que está realizando) y, en casos severos, puede recurrirse al uso de medicamentos antidepresivos, siempre bajo estricta prescripción médica.
La mayoría de los pacientes llegan a consulta al psicólogo o psiquiatra porque son encauzados por un dermatólogo, cirujano plástico o médico general que sospecha de trastorno dismórfico corporal, aunque también es frecuente que sean los padres quienes remitan al joven, pues notan actitudes extrañas en su comportamiento. Es obligación del especialista en salud mental realizar el diagnóstico mediante preguntas que le ayuden a conocer cuál es la imagen que tiene el paciente de sí mismo y descartar o descubrir otros problemas que pudieran causar las dificultades.
Cuando en verdad existe una alteración física, la cirugía estética, sola o asociada a tratamiento psicológico, ha mostrado ser excelente ayuda para reducir o eliminar algunas de las manifestaciones asociadas a dismorfofobia.
En lo que respecta a la prevención, cabe indicar que todos somos vulnerables al desencuentro con nuestro propio cuerpo en algún momento; sin embargo, siendo la adolescencia la etapa de la vida en la que se dan las mayores transformaciones corporales, es normal que sea dicho período en el que exista mayor riesgo de padecer síndrome de distorsión de la imagen.
Por tal motivo, y aunque es evidente que no existe una sola medida a seguir, se deben destacar los beneficios que obtiene un joven cuando crece en un ambiente familiar donde prevalecen el respeto, la comprensión y la comunicación. Cuando la educación del adolescente le permite tener confianza y seguridad en sí mismo, es notable que se evitan problemas psicológicos por su imagen física.
Es normal que todo ser humano se preocupe por la imagen que proyecta hacia sus semejantes y que invierta cierta cantidad de tiempo y esfuerzo para adquirir su guardarropa, cambiar de peinado o mejorar su apariencia. Sin embargo, resulta preocupante cuando esta conducta se vuelve obsesiva y autodestructiva, por lo que se recurre a numerosos tratamientos de embellecimiento, dietas, asesores de imagen o cirujanos plásticos sin quedar conforme con los resultados aunque, eso sí, con una vida social y economía personal muy desgastadas.
Evidentemente, el que la preocupación por la autoimagen se convierta en elemento central de anhelos, conversaciones y actividades puede deberse en gran parte al culto hacia los estereotipos y la apariencia personal que predomina en la sociedad contemporánea pero, sobre todo, puede tener sus raíces en la predisposición personal a sufrir una condición llamada síndrome de distorsión de la imagen, trastorno dismórfico corporal o dismorfofobia (proveniente de las palabras griegas dysmorfia, que significa fealdad, y fobia, temor).
Este problema se caracteriza porque quien lo padece tiene la firme idea de que una parte de su cuerpo (o todo) luce desagradable, además de que sufre angustia por esa supuesta fealdad; asimismo, cualquier minúscula imperfección adquiere importancia desmesurada y hay tendencia obsesiva por abordar temas relacionados con el atractivo personal. Algunas estimaciones muestran que el 45% de las quejas se centran en la forma de la nariz, aunque no se descarta la mención de abdomen, cuello, mandíbula, cabello, boca, senos, manos, piernas, glúteos, pies o genitales.
La dismorfofobia tiene mayor incidencia en adolescentes de ambos sexos y, al parecer, guarda relación con las transformaciones de la pubertad, que comienzan hacia los 12 años de edad, aunque la mayoría de los casos severos se hacen evidentes durante la adolescencia, es decir, de los 15 a los 18 años. Asimismo, se calcula que el 1.5% de la población mundial sufre esta condición, pero los expertos insisten en que dicha cifra puede ser poco fiable debido a que muchos afectados tratan de ocultar su problema y permanecen en el anonimato.
Es importante realizar una detección oportuna y convencer a la persona de que reciba ayuda profesional, pues con ello se puede prevenir el surgimiento de actitudes perjudiciales y la evolución de algunas condiciones asociadas, concretamente depresión (fuerte decaimiento que se manifiesta con tristeza profunda, autoculpa y soledad), ansiedad (estado emocional caracterizado por inestabilidad, insomnio e irritabilidad), anorexia (pérdida de peso por dejar de comer y someterse a intensas rutinas de ejercicio) y bulimia (episodios repetidos de excesivo consumo de alimentos seguidos de vómito o uso de laxantes).
Complejo problema
El síndrome de distorsión de la imagen fue descrito en 1886 por el psiquiatra italiano Enrique Morselli, quien le llamó dismorfia corporal, y en la actualidad se le clasifica dentro del grupo de los trastornos somatomorfos, es decir, aquellos en los que el paciente presenta quejas y síntomas físicos sin que los exámenes médicos demuestren la presencia de alguna enfermedad. Otros padecimientos de este grupo son hipocondría (preocupación marcada por sufrir un problema de salud grave), somatización (aparición de numerosos malestares sin causa detectable), embarazo psicológico (desarrollo de todas las característica de la gestación sin que haya fecundación del óvulo) y trastornos por dolor y de conversión (respectivamente, surgimiento de dolor incapacitante y alteración del movimiento y funciones sensorial como ver y oír, ambas carentes de explicación).
Las causas de la dismorfofobia son múltiples y actúan sobre cierta predisposición individual, la cual puede ser heredada de los padres. Esta característica consiste en la exagerada preocupación por la imagen corporal y la idea de que las demás personas perciben su defecto de manera excesiva.
En casi todo paciente se encuentra que ha sufrido burlas y señalamientos respecto a su cuerpo o alguna parte del mismo durante su infancia y, sobre todo, en la adolescencia, etapa en la que la personalidad del ser humano se encuentra todavía en formación y durante la cual, al carecer de experiencia, se es psicológicamente incapaz de defenderse de las agresiones externas, como un comentario proveniente de los padres o de los amigos.
A las dudas características de la juventud pueden sumarse las continuas imágenes mostradas por los medios informativos y la publicidad, ya que a menudo acentúan la idea de que la “perfección” del cuerpo es una meta que se debe alcanzar a toda costa para ser alguien en la vida y alcanzar la felicidad. Así, quienes observan estos mensajes se sienten obligados a compararse y cumplir con los rígidos estereotipos de belleza que se le proponen para ser aceptados.
Otros factores que facilitan el desarrollo del trastorno dismórfico corporal son mala comunicación familiar, inadecuado manejo de las emociones y disminución de la autoestima. Es común que un joven trate de compensar estos problemas de alguna manera, siendo usual tratar de ser aceptado por un grupo de amigos, frecuentemente a través de la imitación de un ídolo o la imagen de moda. Este hecho se presenta con más frecuencia en el caso de las chicas.
La gravedad de la dismorfofobia es mayor cuando el problema persiste en la edad adulta, pues no permite que el paciente adquiera la suficiente madurez psíquica para relacionarse adecuadamente con sus semejantes, resolver problemas o tomar decisiones en su beneficio general, y no sólo en función de su apariencia.
Falta de aceptación y autocastigo
Las personas que padecen dismorfofobia suelen ser perfeccionistas, tímidas, ansiosas y muy sensibles al rechazo; también, la mayoría sufre depresión, que generalmente se manifiesta con intenso sentimiento de angustia e inferioridad, pudiendo presentar también alteraciones graves en la alimentación.
El temor a verse disminuido ante los demás, a hacer el ridículo y, por tanto, a ser posible víctima de la risa y burla de otros, provoca una serie de conductas evitativas, las cuales van de tratar de no salir a la calle o no tener encuentros sociales, a ocultar aquellas partes del cuerpo que generan vergüenza e, incluso, no mencionarlas. Por otra parte, la preocupación desmesurada del paciente por un detalle físico en el que invierte mucho tiempo y dedicación para tratar de mejorarlo, le impedirá concentrarse en cualquier otro tema, especialmente sus deberes escolares (o laborales) y la relación con sus amigos y familia.
Es notable que cuando se le pide al adolescente o adulto joven con síndrome de distorsión de la imagen que se evalúe a sí mismo, excluyendo aquellos detalles que le molestan, es muy acertado en su evaluación; empero, basta con hacer pequeña referencia a sus “defectos” para acabar con su seguridad personal y hacer que muestre su carácter inseguro, introvertido y obsesivo.
En este mismo sentido, aunque la persona afectada sepa que no tiene razón para preocuparse, no puede evitarlo, o bien, cree firmemente tener un defecto corporal, a pesar de que las evidencias apunten en sentido contrario. Esto es peculiarmente problemático, ya que con el tiempo el cuerpo es rechazado, causa sufrimiento y por ello puede ser maltratado mediante ejercicio físico extremo y dietas rigurosas. Así, se incurre en actitudes propias de la anorexia o bulimia, como inducir el vómito y tomar medicamentos que favorezcan la emisión de orina (diuréticos) o aceleren la evacuación del contenido intestinal (laxantes).
Tampoco es raro que el paciente invierta fortunas en visitas frecuentes al dermatólogo o cirujano plástico (se cree que poco más del 9% de los pacientes que acuden a estos especialista presentan trastorno dismórfico corporal), y aunque puede tener cierto grado de conciencia de que algo no anda bien en su comportamiento, es muy raro que busque la ayuda de un psiquiatra o psicólogo, pues generalmente oculta sus síntomas y le da vergüenza hablar de su sufrimiento.
A este respecto, es muy importante señalar que depresión va de la mano de la dismorfofobia, y que esto puede llevar al paciente a tratar de cometer suicido. En efecto, la persona puede convencerse durante una crisis de que sólo al quitarse la vida pondrá fin a su angustia, ocasionada por los defectos físicos que cree tener.
Una estadística interesante señala que entre el 10 y 12% de los pacientes que acuden a recibir atención por depresión pueden estar cursando un trastorno dismórfico corporal.
Existen soluciones
Los especialistas en salud mental (psicólogo, psiquiatra) coinciden en que esta enfermedad no es curable, pero puede controlarse mediante terapia psicológica para tratar de modificar las ideas y conductas del paciente, a fin de que mejore la relación consigo mismo, aprenda a manejar el estrés y supere sus temores. También es muy importante el apoyo que pueda brindar la familia (no debe ejercer presión en el paciente ni ridiculizar, además de entender el esfuerzo que está realizando) y, en casos severos, puede recurrirse al uso de medicamentos antidepresivos, siempre bajo estricta prescripción médica.
La mayoría de los pacientes llegan a consulta al psicólogo o psiquiatra porque son encauzados por un dermatólogo, cirujano plástico o médico general que sospecha de trastorno dismórfico corporal, aunque también es frecuente que sean los padres quienes remitan al joven, pues notan actitudes extrañas en su comportamiento. Es obligación del especialista en salud mental realizar el diagnóstico mediante preguntas que le ayuden a conocer cuál es la imagen que tiene el paciente de sí mismo y descartar o descubrir otros problemas que pudieran causar las dificultades.
Cuando en verdad existe una alteración física, la cirugía estética, sola o asociada a tratamiento psicológico, ha mostrado ser excelente ayuda para reducir o eliminar algunas de las manifestaciones asociadas a dismorfofobia.
En lo que respecta a la prevención, cabe indicar que todos somos vulnerables al desencuentro con nuestro propio cuerpo en algún momento; sin embargo, siendo la adolescencia la etapa de la vida en la que se dan las mayores transformaciones corporales, es normal que sea dicho período en el que exista mayor riesgo de padecer síndrome de distorsión de la imagen.
Por tal motivo, y aunque es evidente que no existe una sola medida a seguir, se deben destacar los beneficios que obtiene un joven cuando crece en un ambiente familiar donde prevalecen el respeto, la comprensión y la comunicación. Cuando la educación del adolescente le permite tener confianza y seguridad en sí mismo, es notable que se evitan problemas psicológicos por su imagen física.
Crisol- Invitado
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