¿Adictos al bisturí?
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¿Adictos al bisturí?
¿Adictos al bisturí?
Complejos lo que se dice complejos, siempre hubo. “No me gusta mi nariz”, “Tengo piernas gordas”, “Todo bien con mi cara pero esta arruga no me la banco”... Frases por el estilo se escuchan al por mayor. Pero cuando la imagen del propio cuerpo se convierte en una idea malsana y persecutoria, cuando “esta nariz espantosa” empieza a tener la culpa de todo, cada vez es más común recurrir a una cirugía. “En determinados casos habrá que pensar si no se está intentando extirpar quirúrgicamente un problema que más que en el cuerpo, está en la mente. La imagen corporal tiene que ver con la representación inconsciente del cuerpo”, explica Virginia Ungar, médica psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. ¿Tenemos los defectos que vemos, o los que creemos ver?
Las cirugías estéticas son recomendables para corregir un defecto evidente. Probablemente quien se deshaga de una imperfección que lo vino torturando a lo largo de su vida se sentirá aliviado, mejor predispuesto para relacionarse con los demás y hasta consigo mismo. Sin embargo, buscar en la cirugía la solución a los problemas laborales, amorosos o sociales, no es una motivación adecuada para operarse. “Hay gente que piensa que se opera y firma un contrato en Canal 13. El cirujano tiene que tratar de descubrir las verdaderas motivaciones del paciente. Frecuentemente hay pretensiones exageradas o poco realistas, por eso debemos ser claros y precisos acerca de las posibilidades que se le asigna a esa cirugía”, explica Horacio García Igarza, jefe de Cirugía Plástica del Hospital Durand, presidente del Congreso Iberolatinoamericano de Cirugía Plástica 2006, y profesor de la carrera de especialización en Cirugía Plástica de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora.
Un poquito más por allá, un poquito menos de acá, una refrescadita, una levantadita… La gente ya no sólo modifica defectos evidentes, sino otros más sutiles, acaso imperceptibles. Popularmente es lo que se llama adicción a las cirugías. “Es cierto que hay un determinado número de pacientes que se hacen intervenciones quirúrgicas no necesarias”, admite Martha Mogliani, presidente de la Sociedad de Cirugía Plástica de Buenos Aires (SCPBA). “Habitualmente son personas muy inseguras, insatisfechas, que tratan de solucionar sus problemas a través de la cirugía. Cuando un miembro de la SCPBA detecta alguno de estos casos, en general lo consulta con sus colegas. Se intenta evitar que estos pacientes, que habitualmente mienten, sean operados muchas veces con consecuencias no deseadas”.
El psiquiatra Ricardo Pérez Rivera, director médico de Bio Behavioral Institute y especialista en trastornos de la imagen corporal, sostiene que en términos psiquiátricos no se puede hablar de adicción, sino de una tendencia a modelar el cuerpo. En cualquier caso, cada vez son más los que consultan al cirujano por cuestiones estéticas. “Entre quienes tienen recursos para realizar este tipo de intervenciones y están por encima de los 40 años, cinco de cada 10 personas hicieron una consulta. Las mujeres que pueden, tienen cirujanos plásticos de cabecera y difícilmente se hagan una única lipoaspiración. ¿Qué pasaría si las obras sociales cubrieran estos procedimientos? El 80 por ciento de las mujeres se haría algo”, señala Pérez Rivera.
En rigor no hay adicción. Lo que sí existe para la psiquiatría es la Dismorfofobia o Trastorno Dismórfico Corporal, un cuadro psicopatológico descrito por primera vez en 1891 por el italiano Erico Morselli. Quienes lo padecen muestran una preocupación excesiva por un defecto o problema en la apariencia. “De existir el defecto, es mínimo -afirma Pérez Rivera- sin embargo genera en el dismórfico un profundo dolor emocional. Estos pacientes están convencidos de que su defecto es grave y están obsesionados con él. Evitan la mirada de los demás y se aíslan socialmente, por eso muchas veces son mal diagnosticados como fóbicos sociales. Generalmente su preocupación se centra en la cara, el pelo, el tórax y los genitales”.
Es común que las personas con este trastorno intenten hacerse una o varias cirugías y que visiten asiduamente los consultorios de dermatólogos, cirujanos plásticos y odontólogos. “Estudios dan cuenta de que entre un 23 y un 40% se somete a cirugías plásticas y un 12% sigue tratamientos dermatológicos”, dice Pérez Rivera en su libro Obsesiones Corporales. El problema es que nunca están conformes con los cambios y si llegan a hacerse una cirugía, se decepcionarán con los resultados. “La solución quirúrgica parece fácil, rápida. Pero con eso no se va a resolver. Porque el tipo de solución para una dismorfofobia nunca pasa por lo quirúrgico”, explica Ungar.
“Tuve un caso: una mujer a la que habían operado cuatro veces. De haber caído en su trampa hubiese sido el quinto. La derivé a un psiquiatra que me dijo que no le dijera que no, que le diera tiempo y el tratamiento psiquiátrico dio resultados. Esta señora amenazaba con cortarse la punta de la nariz con una tijera, y provocar una urgencia para que la operaran”, cuenta García Igarza. Actualmente una evaluación psicológica no es requisito para realizar una cirugía plástica. Aún así, Mogliani sostiene que estos casos se pueden detectar a tiempo: “En general, el cirujano plástico con experiencia puede detectar en las primeras consultas prequirúrgicas trastornos psicológicos del paciente a través de diferentes tipos de interrogatorios”.
Por su parte, Pérez Rivera sostiene que no es sencillo el diagnóstico. “Y en Argentina no existen, como en Estados Unidos, cursos específicos para los cirujanos que los preparen en depresión, trastornos de personalidad y trastorno dismórfico corporal”. En cualquier caso el cirujano no logra fácilmente que una persona convencida de que lo que necesita es deshacerse de ese rollito que le quita el sueño, consulte a un psiquiatra. “El paciente quiere todo fácil y lamentablemente le complica la vida que se le pidan evaluaciones antes de operarse. Minimiza la cirugía plástica, cree que es casi como ir a la peluquería”.
La última palabra la tiene el cliente pero quedará en manos del cirujano evitar las operaciones que no sean convenientes. “Todos hemos visto esas bocas infladas desagradables”, dice García Igarza. Y concluye: “Si al cirujano le piden eso, tiene que saber decir que no, que no es natural, y si no, perder al paciente. Siempre me acuerdo de un maestro mío que decía: ´Yo me gano la vida operando, pero me gano el prestigio sabiendo decir que no´”.
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http://www.clarin.com/diario/2005/09/28/conexiones/t-01013225.htm
Complejos lo que se dice complejos, siempre hubo. “No me gusta mi nariz”, “Tengo piernas gordas”, “Todo bien con mi cara pero esta arruga no me la banco”... Frases por el estilo se escuchan al por mayor. Pero cuando la imagen del propio cuerpo se convierte en una idea malsana y persecutoria, cuando “esta nariz espantosa” empieza a tener la culpa de todo, cada vez es más común recurrir a una cirugía. “En determinados casos habrá que pensar si no se está intentando extirpar quirúrgicamente un problema que más que en el cuerpo, está en la mente. La imagen corporal tiene que ver con la representación inconsciente del cuerpo”, explica Virginia Ungar, médica psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. ¿Tenemos los defectos que vemos, o los que creemos ver?
Las cirugías estéticas son recomendables para corregir un defecto evidente. Probablemente quien se deshaga de una imperfección que lo vino torturando a lo largo de su vida se sentirá aliviado, mejor predispuesto para relacionarse con los demás y hasta consigo mismo. Sin embargo, buscar en la cirugía la solución a los problemas laborales, amorosos o sociales, no es una motivación adecuada para operarse. “Hay gente que piensa que se opera y firma un contrato en Canal 13. El cirujano tiene que tratar de descubrir las verdaderas motivaciones del paciente. Frecuentemente hay pretensiones exageradas o poco realistas, por eso debemos ser claros y precisos acerca de las posibilidades que se le asigna a esa cirugía”, explica Horacio García Igarza, jefe de Cirugía Plástica del Hospital Durand, presidente del Congreso Iberolatinoamericano de Cirugía Plástica 2006, y profesor de la carrera de especialización en Cirugía Plástica de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora.
Un poquito más por allá, un poquito menos de acá, una refrescadita, una levantadita… La gente ya no sólo modifica defectos evidentes, sino otros más sutiles, acaso imperceptibles. Popularmente es lo que se llama adicción a las cirugías. “Es cierto que hay un determinado número de pacientes que se hacen intervenciones quirúrgicas no necesarias”, admite Martha Mogliani, presidente de la Sociedad de Cirugía Plástica de Buenos Aires (SCPBA). “Habitualmente son personas muy inseguras, insatisfechas, que tratan de solucionar sus problemas a través de la cirugía. Cuando un miembro de la SCPBA detecta alguno de estos casos, en general lo consulta con sus colegas. Se intenta evitar que estos pacientes, que habitualmente mienten, sean operados muchas veces con consecuencias no deseadas”.
El psiquiatra Ricardo Pérez Rivera, director médico de Bio Behavioral Institute y especialista en trastornos de la imagen corporal, sostiene que en términos psiquiátricos no se puede hablar de adicción, sino de una tendencia a modelar el cuerpo. En cualquier caso, cada vez son más los que consultan al cirujano por cuestiones estéticas. “Entre quienes tienen recursos para realizar este tipo de intervenciones y están por encima de los 40 años, cinco de cada 10 personas hicieron una consulta. Las mujeres que pueden, tienen cirujanos plásticos de cabecera y difícilmente se hagan una única lipoaspiración. ¿Qué pasaría si las obras sociales cubrieran estos procedimientos? El 80 por ciento de las mujeres se haría algo”, señala Pérez Rivera.
En rigor no hay adicción. Lo que sí existe para la psiquiatría es la Dismorfofobia o Trastorno Dismórfico Corporal, un cuadro psicopatológico descrito por primera vez en 1891 por el italiano Erico Morselli. Quienes lo padecen muestran una preocupación excesiva por un defecto o problema en la apariencia. “De existir el defecto, es mínimo -afirma Pérez Rivera- sin embargo genera en el dismórfico un profundo dolor emocional. Estos pacientes están convencidos de que su defecto es grave y están obsesionados con él. Evitan la mirada de los demás y se aíslan socialmente, por eso muchas veces son mal diagnosticados como fóbicos sociales. Generalmente su preocupación se centra en la cara, el pelo, el tórax y los genitales”.
Es común que las personas con este trastorno intenten hacerse una o varias cirugías y que visiten asiduamente los consultorios de dermatólogos, cirujanos plásticos y odontólogos. “Estudios dan cuenta de que entre un 23 y un 40% se somete a cirugías plásticas y un 12% sigue tratamientos dermatológicos”, dice Pérez Rivera en su libro Obsesiones Corporales. El problema es que nunca están conformes con los cambios y si llegan a hacerse una cirugía, se decepcionarán con los resultados. “La solución quirúrgica parece fácil, rápida. Pero con eso no se va a resolver. Porque el tipo de solución para una dismorfofobia nunca pasa por lo quirúrgico”, explica Ungar.
“Tuve un caso: una mujer a la que habían operado cuatro veces. De haber caído en su trampa hubiese sido el quinto. La derivé a un psiquiatra que me dijo que no le dijera que no, que le diera tiempo y el tratamiento psiquiátrico dio resultados. Esta señora amenazaba con cortarse la punta de la nariz con una tijera, y provocar una urgencia para que la operaran”, cuenta García Igarza. Actualmente una evaluación psicológica no es requisito para realizar una cirugía plástica. Aún así, Mogliani sostiene que estos casos se pueden detectar a tiempo: “En general, el cirujano plástico con experiencia puede detectar en las primeras consultas prequirúrgicas trastornos psicológicos del paciente a través de diferentes tipos de interrogatorios”.
Por su parte, Pérez Rivera sostiene que no es sencillo el diagnóstico. “Y en Argentina no existen, como en Estados Unidos, cursos específicos para los cirujanos que los preparen en depresión, trastornos de personalidad y trastorno dismórfico corporal”. En cualquier caso el cirujano no logra fácilmente que una persona convencida de que lo que necesita es deshacerse de ese rollito que le quita el sueño, consulte a un psiquiatra. “El paciente quiere todo fácil y lamentablemente le complica la vida que se le pidan evaluaciones antes de operarse. Minimiza la cirugía plástica, cree que es casi como ir a la peluquería”.
La última palabra la tiene el cliente pero quedará en manos del cirujano evitar las operaciones que no sean convenientes. “Todos hemos visto esas bocas infladas desagradables”, dice García Igarza. Y concluye: “Si al cirujano le piden eso, tiene que saber decir que no, que no es natural, y si no, perder al paciente. Siempre me acuerdo de un maestro mío que decía: ´Yo me gano la vida operando, pero me gano el prestigio sabiendo decir que no´”.
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http://www.clarin.com/diario/2005/09/28/conexiones/t-01013225.htm
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