Banalizar la cirugía estética
TRASTORNO DISMÓRFICO CORPORAL - DISMORFOFOBIA :: Trastorno Dismórfico Corporal :: Información de Interés
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Banalizar la cirugía estética
En los últimos meses se nos bombardea con datos contradictorios sobre las intervenciones de cirugía estética. Por una parte se nos afirma que una de cada diez personas de nuestro entorno (mujeres maduras, adolescentes, princesas y, en porcentaje creciente, varones) buscan y obtienen ayuda personal a través de esas intervenciones. Por otra se nos cuentan los peligros que algunas intervenciones practicadas en niños y adolescentes y realizadas a veces por médicos desaprensivos (véase el cirujano francés detenido en la Costa Brava) suponen para los poco precavidos. Estas informaciones confundidoras nos inclinan a comentar algunos aspectos psicosociológicos que conllevan estas operaciones, que, por otra parte, todo indica que seguirán siendo más y más frecuentes. Y más cuando se está produciendo una peligrosa banalización del tema, hasta el punto de que una discoteca llegue a plantearse como reclamo la rifa de una intervención de mamas.
La gente busca intervenciones estéticas para mejorar la apreciación de su propio cuerpo. Se llama 'esquema corporal' a la representación del cuerpo propio, derivada de la información proporcionada por los sentidos, y respecto a la cual juzgamos nuestra corporalidad. Pero en el curso del desarrollo infantil, el cuerpo, cada vez mejor conocido, va siendo el depósito de afectos ('catexis libidinales') vehiculizados a través de la imagen materna. De esta manera, al concepto más bien neurológico de esquema corporal viene a añadirse y superponerse el de 'imagen del cuerpo', concepto netamente psicoanalítico gracias al que el ser humano puede 'experienciarse', vivirse, como una entidad individual, diferenciada, unificada y constante.
La vivencia del cuerpo es uno de los elementos más importantes de la estima propia y las personas que nacen o adquieren deformidades suelen tener sentimientos de inseguridad. Pero la valoración del cuerpo propio depende, como decía Sartre, de «la mirada del otro» y de las exigencias que sobre la apariencia física tienen las distintas culturas. En la actualidad, los medios de comunicación nos recuerdan que una persona atractiva tiene que parecerse a tal o cual artista, a tal o cual imagen idealizada. Pocas personas (especialmente mujeres) pueden llegar a obtener esa imagen, lo que les produce sentimientos de inseguridad.
Hay situaciones que activan la vergüenza del cuerpo propio, como el hablar en público, que produce frecuentemente ansiedades con manifestaciones corporales: torpeza muscular, enrojecimiento, dificultades de voz. En esa situación los demás le pueden escudriñar a uno sin que uno pueda, por el contrario, escudriñar a los demás, lo que angustia incluso a los actores muy experimentados.
Los artistas plásticos saben que determinadas posturas o situaciones corporales favorecen la creatividad y otras la disminuyen, porque la creatividad no es posible sin una acción (output) motora o muscular y es despertada por sensaciones corporales. Al estudiar ciertas obras de Picasso, algunos críticos han observado una preocupación intensa acerca de la integridad corporal y que la mutilación del cuerpo es un tema persistente e importante: cuerpos fraccionados de hombres y animales, cabezas vistas simultáneamente de frente y de perfil... Según su ex amante Françoise Gillot, Picasso tenía una preocupación excesiva por la forma displásica de su cuerpo (excesivamente bajo pero con espaldas grandes). Temía ir al sastre porque anticipaba que haría comentarios sobre la falta de armonía de su cuerpo, por lo que llevaba uno ó dos trajes hasta que se rompían. Le molestaba también que le cortaran el pelo. Según Sabartes, las ansiedades corporales de Picasso y sus dificultades de aprendizaje de la separación de su padre jugaron un papel importante en su creatividad.
Por otra parte, los defectos físicos y las enfermedades invalidantes infantiles favorecen la creatividad plástica, porque producen una discrepancia entre el ideal del propio cuerpo y su realidad deformada que genera sentimientos depresivos y estimula un deseo de reparación, vehiculado a menudo a través de la actividad artística. Así, una proporción estadísticamente significativa de grandes pintores padecieron deformidades o incapacidades. Toulouse Lautrec, por ejemplo, llegaría a decir que «si hubiera tenido las piernas más largas nunca habría pintado un lienzo». Hay personas que deforman la apariencia de su cuerpo para sobrecompensar sus inseguridades. Los tatuajes, por ejemplo, son como una segunda piel o un adorno. Las palabras y las frases en los tatuajes indican frecuentemente identificación con una figura importante (madre o amigo significativo) o una banda. Algunos delincuentes se dan cuenta de que sus tatuajes sirven para advertir acerca de sus afiliaciones y fuentes de poder.
Muchos jóvenes se sienten impelidos a mostrar a los demás desvergonzadamente que tienen un cuerpo inferior, desagradable, sucio, feo o difícil de catalogar sexualmente, como algunos marginales. Los travestistas que se visten de mujer buscan con ello la desaprobación del 'establishment' y la aprobación de sus pares. Dramatizan sus cuerpos de una forma negativa en un gesto de vanguardia. En ese contexto, las ropas han tomado una gran importancia como medio de protesta y expresión de posición, para transmitir mensajes políticos.
o es de extrañar, con todo lo que hemos comentado, que en distintos trastornos psiquiátricos se observen alteraciones, a veces graves, de la vivencia del cuerpo propio. Las alteraciones varían desde la simple valoración negativa de la apariencia física hasta los delirios monosintomáticos. El llamado trastorno dismórfico corporal (o dismorfofobia) o creencia inadecuada de tener un cuerpo defectuoso o feo se asocia frecuentemente a la fobia social y al trastorno obsesivo-compulsivo. En ocasiones se presenta como una valoración inadecuada de la musculatura propia, como en algunos adictos al 'body-building'. Sin embargo, en otros casos, adquiere un carácter delirante. Por ejemplo, en los estadios iniciales de la esquizofrenia se observan frecuentemente impresiones de cambio en la fisonomía propia y la adopción de posturas corporales extrañas.
Existen casos, poco frecuentes aunque interesantes, de la identidad respecto a la integridad corporal, como la 'apotemnofilia', deseo imperioso de algunos sujetos de que se les ampute un miembro sano (con o sin placer sexual asociado a estos deseos) y la 'acrotomofilia', interés erótico hacia los amputados. Y, ya como anécdota con miras al futuro, se puede señalar que, desde que se han realizado trasplantes de la cara de cadáveres, se están discutiendo ampliamente las cuestiones psicológicas y éticas implicadas.
En cualquier caso, otras solicitudes hoy muy comentadas aunque poco frecuentes, como las de los transexuales de que se les modifique su sexo, deben ser atendidas porque, como ha mostrado Kraemer, la mayoría logran una confianza mayor en sí mismos y en su atractivo, aunque conviene realizar estudios psicológicos previos pues existen algunos resultados muy negativos en ese sentido.
Muchas personas con dismorfofobia solicitan la cirugía estética. Hay que recordar que la insistencia del paciente no es un signo predictor de una buena aceptación futura del resultado. El cirujano de estética, como toda persona que tiene que adoptar decisiones importantes, se ve sometido, al sopesarlas, a factores provenientes de su propio psiquismo y, en determinadas circunstancias, puede inclinarse a aceptar con mayor facilidad, ante la insistencia del paciente, una intervención de dudosa indicación (como ilustramos en su día con los doctores Rafael Uribe y Miguel Gutiérrez).
Los sujetos portadores de psicosis esquizofrénicas o de cuadros afines deben ser, salvo en casos excepcionales, excluidos de la cirugía estética. Con excesiva frecuencia, solicitan tal tipo de intervenciones con propósitos automutiladores, o en la creencia de que una modificación de su aspecto físico podría solucionar sus dificultades. Está claro, sin embargo, que una intervención quirúrgica no puede resolver problemas basados en conflictos psicológicos mucho más profundos.
Asimismo resulta peligroso indicar intervenciones de este tipo en sujetos que, en el momento de solicitarlas, se hallen padeciendo un cuadro depresivo de cierta intensidad. Por supuesto que, ante defectos estéticos, pueden producirse reacciones depresivas susceptibles de mejorar con una intervención. Pero ante un síndrome depresivo de intensidad grave se debe solicitar la ayuda del psiquiatra para que mejore la sintomatología y permita al paciente, una vez recuperado de su depresión, elegir más libremente entre la posibilidad de renunciar o pedir de nuevo la intervención.
Sin embargo, existen numerosas personas que tienen una impresión justificada de fealdad. Por otra parte, con ocasión de accidentes o enfermedades, la vivencia de nuestro cuerpo sufre modificaciones muy evidentes, por ejemplo, en caso de amputaciones (brazos, piernas, nariz, pecho o pene). Muchas personas desean, finalmente, luchar contera los estragos que la edad hace en la apariencia de sus cuerpos. Y ello a veces por razones puramente de satisfacción personal pero otras por motivaciones externas como la búsqueda de trabajo. Recordemos que las personas de buen aspecto físico encuentran trabajo más fácilmente. Parecidas motivaciones llevan a algunos padres a intentar retocar los rasgos físicos de sus hijos con trisomía, a muchos orientales a rectificar la abertura de sus párpados o, como nos contaba un diario hace unas semanas, a algunos inmigrantes latinos a modificar quirúrgicamente sus 'rasgos étnicos' faciales.
La cirugía estética, sin ser una panacea, proporciona frecuentemente seguridad a las personas sanas que recurren a ella. Y en ese número se encuentran la mayoría de los casos a los que nos hemos referido al principio. También puede ayudar a personas con trastornos psicológicos reactivos. Así, varios estudios han demostrado que las mujeres mastectomizadas a las que se realiza reconstrucción mamaria o se les aplican prótesis tienen sentimientos más positivos respecto de sus cuerpos y menos síntomas psíquicos que las de un grupo de control. Sin embargo, el hallazgo de un mayor número de conductas suicidas y parasuicidas en este tipo de pacientes obliga a ser cautelosos.
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http://www.elcorreo.com/vizcaya/20081126/opinion/banalizar-cirugia-estetica-20081126.html
La gente busca intervenciones estéticas para mejorar la apreciación de su propio cuerpo. Se llama 'esquema corporal' a la representación del cuerpo propio, derivada de la información proporcionada por los sentidos, y respecto a la cual juzgamos nuestra corporalidad. Pero en el curso del desarrollo infantil, el cuerpo, cada vez mejor conocido, va siendo el depósito de afectos ('catexis libidinales') vehiculizados a través de la imagen materna. De esta manera, al concepto más bien neurológico de esquema corporal viene a añadirse y superponerse el de 'imagen del cuerpo', concepto netamente psicoanalítico gracias al que el ser humano puede 'experienciarse', vivirse, como una entidad individual, diferenciada, unificada y constante.
La vivencia del cuerpo es uno de los elementos más importantes de la estima propia y las personas que nacen o adquieren deformidades suelen tener sentimientos de inseguridad. Pero la valoración del cuerpo propio depende, como decía Sartre, de «la mirada del otro» y de las exigencias que sobre la apariencia física tienen las distintas culturas. En la actualidad, los medios de comunicación nos recuerdan que una persona atractiva tiene que parecerse a tal o cual artista, a tal o cual imagen idealizada. Pocas personas (especialmente mujeres) pueden llegar a obtener esa imagen, lo que les produce sentimientos de inseguridad.
Hay situaciones que activan la vergüenza del cuerpo propio, como el hablar en público, que produce frecuentemente ansiedades con manifestaciones corporales: torpeza muscular, enrojecimiento, dificultades de voz. En esa situación los demás le pueden escudriñar a uno sin que uno pueda, por el contrario, escudriñar a los demás, lo que angustia incluso a los actores muy experimentados.
Los artistas plásticos saben que determinadas posturas o situaciones corporales favorecen la creatividad y otras la disminuyen, porque la creatividad no es posible sin una acción (output) motora o muscular y es despertada por sensaciones corporales. Al estudiar ciertas obras de Picasso, algunos críticos han observado una preocupación intensa acerca de la integridad corporal y que la mutilación del cuerpo es un tema persistente e importante: cuerpos fraccionados de hombres y animales, cabezas vistas simultáneamente de frente y de perfil... Según su ex amante Françoise Gillot, Picasso tenía una preocupación excesiva por la forma displásica de su cuerpo (excesivamente bajo pero con espaldas grandes). Temía ir al sastre porque anticipaba que haría comentarios sobre la falta de armonía de su cuerpo, por lo que llevaba uno ó dos trajes hasta que se rompían. Le molestaba también que le cortaran el pelo. Según Sabartes, las ansiedades corporales de Picasso y sus dificultades de aprendizaje de la separación de su padre jugaron un papel importante en su creatividad.
Por otra parte, los defectos físicos y las enfermedades invalidantes infantiles favorecen la creatividad plástica, porque producen una discrepancia entre el ideal del propio cuerpo y su realidad deformada que genera sentimientos depresivos y estimula un deseo de reparación, vehiculado a menudo a través de la actividad artística. Así, una proporción estadísticamente significativa de grandes pintores padecieron deformidades o incapacidades. Toulouse Lautrec, por ejemplo, llegaría a decir que «si hubiera tenido las piernas más largas nunca habría pintado un lienzo». Hay personas que deforman la apariencia de su cuerpo para sobrecompensar sus inseguridades. Los tatuajes, por ejemplo, son como una segunda piel o un adorno. Las palabras y las frases en los tatuajes indican frecuentemente identificación con una figura importante (madre o amigo significativo) o una banda. Algunos delincuentes se dan cuenta de que sus tatuajes sirven para advertir acerca de sus afiliaciones y fuentes de poder.
Muchos jóvenes se sienten impelidos a mostrar a los demás desvergonzadamente que tienen un cuerpo inferior, desagradable, sucio, feo o difícil de catalogar sexualmente, como algunos marginales. Los travestistas que se visten de mujer buscan con ello la desaprobación del 'establishment' y la aprobación de sus pares. Dramatizan sus cuerpos de una forma negativa en un gesto de vanguardia. En ese contexto, las ropas han tomado una gran importancia como medio de protesta y expresión de posición, para transmitir mensajes políticos.
o es de extrañar, con todo lo que hemos comentado, que en distintos trastornos psiquiátricos se observen alteraciones, a veces graves, de la vivencia del cuerpo propio. Las alteraciones varían desde la simple valoración negativa de la apariencia física hasta los delirios monosintomáticos. El llamado trastorno dismórfico corporal (o dismorfofobia) o creencia inadecuada de tener un cuerpo defectuoso o feo se asocia frecuentemente a la fobia social y al trastorno obsesivo-compulsivo. En ocasiones se presenta como una valoración inadecuada de la musculatura propia, como en algunos adictos al 'body-building'. Sin embargo, en otros casos, adquiere un carácter delirante. Por ejemplo, en los estadios iniciales de la esquizofrenia se observan frecuentemente impresiones de cambio en la fisonomía propia y la adopción de posturas corporales extrañas.
Existen casos, poco frecuentes aunque interesantes, de la identidad respecto a la integridad corporal, como la 'apotemnofilia', deseo imperioso de algunos sujetos de que se les ampute un miembro sano (con o sin placer sexual asociado a estos deseos) y la 'acrotomofilia', interés erótico hacia los amputados. Y, ya como anécdota con miras al futuro, se puede señalar que, desde que se han realizado trasplantes de la cara de cadáveres, se están discutiendo ampliamente las cuestiones psicológicas y éticas implicadas.
En cualquier caso, otras solicitudes hoy muy comentadas aunque poco frecuentes, como las de los transexuales de que se les modifique su sexo, deben ser atendidas porque, como ha mostrado Kraemer, la mayoría logran una confianza mayor en sí mismos y en su atractivo, aunque conviene realizar estudios psicológicos previos pues existen algunos resultados muy negativos en ese sentido.
Muchas personas con dismorfofobia solicitan la cirugía estética. Hay que recordar que la insistencia del paciente no es un signo predictor de una buena aceptación futura del resultado. El cirujano de estética, como toda persona que tiene que adoptar decisiones importantes, se ve sometido, al sopesarlas, a factores provenientes de su propio psiquismo y, en determinadas circunstancias, puede inclinarse a aceptar con mayor facilidad, ante la insistencia del paciente, una intervención de dudosa indicación (como ilustramos en su día con los doctores Rafael Uribe y Miguel Gutiérrez).
Los sujetos portadores de psicosis esquizofrénicas o de cuadros afines deben ser, salvo en casos excepcionales, excluidos de la cirugía estética. Con excesiva frecuencia, solicitan tal tipo de intervenciones con propósitos automutiladores, o en la creencia de que una modificación de su aspecto físico podría solucionar sus dificultades. Está claro, sin embargo, que una intervención quirúrgica no puede resolver problemas basados en conflictos psicológicos mucho más profundos.
Asimismo resulta peligroso indicar intervenciones de este tipo en sujetos que, en el momento de solicitarlas, se hallen padeciendo un cuadro depresivo de cierta intensidad. Por supuesto que, ante defectos estéticos, pueden producirse reacciones depresivas susceptibles de mejorar con una intervención. Pero ante un síndrome depresivo de intensidad grave se debe solicitar la ayuda del psiquiatra para que mejore la sintomatología y permita al paciente, una vez recuperado de su depresión, elegir más libremente entre la posibilidad de renunciar o pedir de nuevo la intervención.
Sin embargo, existen numerosas personas que tienen una impresión justificada de fealdad. Por otra parte, con ocasión de accidentes o enfermedades, la vivencia de nuestro cuerpo sufre modificaciones muy evidentes, por ejemplo, en caso de amputaciones (brazos, piernas, nariz, pecho o pene). Muchas personas desean, finalmente, luchar contera los estragos que la edad hace en la apariencia de sus cuerpos. Y ello a veces por razones puramente de satisfacción personal pero otras por motivaciones externas como la búsqueda de trabajo. Recordemos que las personas de buen aspecto físico encuentran trabajo más fácilmente. Parecidas motivaciones llevan a algunos padres a intentar retocar los rasgos físicos de sus hijos con trisomía, a muchos orientales a rectificar la abertura de sus párpados o, como nos contaba un diario hace unas semanas, a algunos inmigrantes latinos a modificar quirúrgicamente sus 'rasgos étnicos' faciales.
La cirugía estética, sin ser una panacea, proporciona frecuentemente seguridad a las personas sanas que recurren a ella. Y en ese número se encuentran la mayoría de los casos a los que nos hemos referido al principio. También puede ayudar a personas con trastornos psicológicos reactivos. Así, varios estudios han demostrado que las mujeres mastectomizadas a las que se realiza reconstrucción mamaria o se les aplican prótesis tienen sentimientos más positivos respecto de sus cuerpos y menos síntomas psíquicos que las de un grupo de control. Sin embargo, el hallazgo de un mayor número de conductas suicidas y parasuicidas en este tipo de pacientes obliga a ser cautelosos.
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