Dismorfofobia: las «celebrities» se ven feas

Es el trastorno estético en alza. El culpable de que la piel de Michael Jackson nunca fuera suficientemente clara, el cuerpo de Keira Knightley lo bastante delgado o los labios de Lindsay Lohan lo necesariamente gruesos. La dictadura de la belleza ha traído consigo, más allá de las fanáticas de la última crema o inyección de botox, una patología que ya es visible en las consultas: la Dismorfofobia o Trastorno Dismórfico Corporal. Éste hace que la persona no esté conforme con su cuerpo y desee cambiarlo continuamente, sin llegar a estar nunca satisfecha.

El presidente de la Academia Española de Dermatología, el doctor Julián Conejo-Mir, explica que es una fiebre cada día más habitual: «Se operan sin parar, se rellenan la cara o se hacen multitud de tatuajes. Nunca tienen bastante». «Este síndrome lo padeció Michael Jackson», añade el dermatólogo. La causa de su palidez era el vitíligo, una enfermedad que despigmenta la piel y contra la que existe un tratamiento encargado de aclarar la poca que quede con un melanina llamado Monobenzona y comercializado como Benoquín; el uso que hiciera el cantante de este medicamento, se desconoce. Lo que sí se sabe es la retahíla de efectos secundarios que conlleva: la piel, totalmente desprotegida, no puede ver el sol ni de lejos, esto podría explicar la afición del Rey de Pop por las sombrillas y sombreros, problemas de pulmón... El resultado es para siempre y la piel nunca puede volverse a oscurecer.
Otro de los trastornos típicos de esta nueva patología es la fijación con los pechos grandes. Pamela Anderson, Jessica Simpson, María Carey…todas ellas lucen un contorno pectoral disonante con sus medidas y, no contentas con aumentar de talla una vez, reinciden. Lo mismo ocurre con los labios: cuando parecía que el furor por las bocas hinchadas empezaba a «desinflarse», llegan Lindsay Lohan o Mischa Barton, iconos adolescentes, y se meten colágeno: este material, que dura más que el ácido hialurónico (el relleno más utilizado actualmente y el más natural), se extrae de la piel del cerdo. Otra que rellena sus labios más de lo debido es Meg Ryan, la confirmación de que la distorsión de la imagen no tiene edad: desafiando las estadísticas, los últimos rumores señalan además que la actriz, de 49 años, padece anorexia. Ha perdido 12 kilos en los últimos meses, coincidiendo con su declive en Hollywood y el fracaso estrepitoso de su última película, «Serious Moonlight».

Exceso de vello

En la misma línea se sitúa Keira Knightley, que no consigue superar los 48 kilos, insuficientes para su 1,70 de estatura, ni sus 58 cm. de cintura. Ella misma lo confiesa: «Tengo la mitad de talla que el resto de actrices de Hollywood». Lo que muchos no saben es que la bajada de peso compulsiva conlleva efectos devastadores en la piel: hirsutismo o exceso de vello en la espalda, barba y zona del bigote, alopecia difusa, fragilidad de las uñas y sequedad de la piel. Así lo manifiesta la doctora Aurora Guerra, jefa de sección de Dermatología del Hospital 12 de Octubre de Madrid: «En la bulimia podemos añadir callosidades en el dorso de las manos, por el vómito». El director técnico del centro de fitness Dir Up&Down de Barcelona, Emili Hernández, explica a LA RAZÓN cuál es la patología más habitual en los gimnasios: «Nos encontramos todos los días personas con una imagen irreal de su cuerpo que exageran sus defectos de manera superlativa, y el trabajo de los entrenadores personales se convierte en una tarea de psicólogo. Independientemente de esta obsesión, el 99,99 por ciento de las mujeres querrían mejorar su culo, sus piernas y su vientre». Y muchas, tener más músculo, lo que puede desembocar en vigorexia, algo de lo que se acusa a menudo a Madonna. Ella justifica sus excesivas horas en la sala de máquinas con una necesaria puesta en forma para sus espectáculos. Recientemente declaraba a un programa de televisión británico que no le ha entrado el pánico por cumplir años: «Si tengo que salir al escenario y saltar en un par de pantalones cortos, prefiero lucir bien». Aunque para ello tenga que gastarse ocho millones de dólares, ya que por ese valor compró en 2008, según varios periódicos británicos, un local de diez habitaciones al lado de su casa, que convirtió en gimnasio. Los cánones de belleza no ensalzan hoy al músculo excesivo, pero ni la dismorfofobia ni la «ambición rubia» entienden de equilibrio.

Un negocio suculento

La dismorfofobia afecta a un 2 por ciento de la población, según la Clínica del Desorden Dismórfico Corporal de Los Ángeles (Los Angeles Body Dysmorphic Disorder Clinic), aunque en España algunos profesionales hablan de un cinco. Lo peor es que los afectados nunca encuentran un final a sus tratamientos estéticos masivos. Hoy en día, parece que cumplir 30 años es señal de decrepitud: parte de la culpa la tiene la industria cinematográfica, propulsora del «efecto máscara de latex» o de la cultura del «baby face»: rostros sin indicio de porosidad, sin una línea de expresión, congelados de tanto láser, «peeling» y estiramiento. Del corte de pelo de Meg Ryan hemos pasado a hablar de su cara amarmolada, de la garra expresiva de Madonna, a sus pétreos rellenos de pómulos y labios. Bien es verdad que en Estados Unidos la meta es acabar con cualquier atisbo de arrugas, mientras que en Europa prima suavizarlas manteniendo la expresión. Pero los cirujanos y dermatólogos filtran cada vez más los tratamientos que realizan y, a menudo, derivan al psicólogo, aunque, desgraciadamente, no todos: siempre habrá quien atienda las obsesiones desmesuradas de un paciente sin sentido común y con el bolsillo lleno.

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