TRASTORNO DISMÓRFICO CORPORAL - DISMORFOFOBIA
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DISMORFOFOBIA O VERGÜENZA DEL CUERPO

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Mensaje  Admin Miér Jun 23, 2010 12:59 pm


DISMORFOFOBIA O VERGÜENZA DEL CUERPO1
Rosa Velasco2

Sociedad Española de Psicoanálisis, Barcelona
Dismorfofobia es una fobia corporal, un rechazo al propio cuerpo, un miedo extremo a no
ser aceptado. Es la expresión de la “experiencia traumática inconsciente” y su solución
atraviesa el sentimiento de vergüenza: VERGÜENZA DEL CUERPO.

Palabras clave: Dismorfofobia, Vergüenza, Miedo, Conexión emocional, Secuela
emocional, Memoria, Patrón relacional

“Siento, luego existo…”
(Pienso, luego existo. Descartes)


INTRODUCCIÓN
Mi exposición será básicamente clínica, voy a tratar el tema de la VERGÜENZA DEL
CUERPO desde una óptica terapéutica, es decir, desde la comprensión alcanzada en la
experiencia de tratamiento. Será una forma parcial de tratar el tema. Mi interés se centra en
poder aumentar la eficacia terapéutica del tratamiento del sufrimiento psíquico.
Desde hace ya varios años el tema de la VERGÜENZA es central para mí (R. Velasco,
1998, 1999, 2005, 2008, 2009) en la comprensión en profundidad del sufrimiento mental.
La vergüenza es el afecto central del self, atañe al sentimiento de sí, es decir, a la imagen
que tenemos de nosotros mismos. Construimos nuestra identidad en el seno de relaciones
significativas. El sentimiento de vergüenza surge de la experiencia relacional en la que uno
se siente expuesto a la mirada del otro.

La experiencia de déficit del sentimiento de admiración está en la base de la vergüenza. No
haber tenido la vivencia (sensación, sentimiento y pensamiento) de que alguien significativo
se haya sentido orgulloso/a de mí, es una fuente de vergüenza. Esto tiene una especial
importancia en la etapa de la adolescencia. La adolescencia es la etapa patognomónica de
la vergüenza. Pero la vergüenza la experimentamos antes, siempre que me he sentido
expuesto/a a la mirada de alguien sin que la vivencia de sentirme acompañado, en sintonía
con mi entorno, me haya sostenido lo suficiente, como para atreverme a ser yo mismo,
explorando el mundo. Los primeros pasos son atrevimientos, sobre una base de sensación
de seguridad que mi entorno me provee. Crecemos a través de sucesivos atrevimientos.
Mi perspectiva, en la comprensión y el tratamiento del padecer psíquico, es relacional, es
decir, concibo el desarrollo (físico, emocional y cognitivo) como un derivado de la
participación e interacción de subjetividades. En condiciones óptimas, el nacimiento
psicológico precede al biológico, es decir, primero existimos en la mente de alguien. Para
que nuestra existencia se desarrolle en progresión, la conexión emocional es
imprescindible. Los humanos crecemos a través de sentirnos sostenidos en la mente de
alguien. Observando la díada cuidador/cuidado de la especie humana, es destacable la
complejidad del funcionamiento mental del adulto. El cuidador se relaciona con su cría con
empatía. Empatía emocional y empatía cognitiva, captamos emociones e intenciones en
cada interacción intersubjetiva. Hoy sabemos, a través de investigaciones de la díada
bebé/cuidador y a través de las neurociencias (neuronas espejo), que para el desarrollo del
funcionamiento mental, el bebé necesita conexión emocional. Estamos biológicamente
prediseñados para conectar emocionalmente al relacionarnos. Pero necesitamos
experiencia. Nuestro potencial de desarrollo se despliega practicando.

Desde la perspectiva psicoanalítica relacional se considera que alrededor del segundo año
de vida al bebé le es más importante sentirse reconocido que alimentado. Si la dinámica
relacional falla a este nivel, el bebé se repliega pudiendo presentar trastornos en la
alimentación. Sintomatología que conlleva la experiencia subjetiva de intrusión en el bebé. A
la vez que, en el cuidador, se genera la experiencia subjetiva de miedo a no ser suficiente
para cubrir las necesidades del bebé. Estudios recientes de la díada cuidador-cuidado
demuestran que el bebé almacena en su memoria una secuencia alterada en su
alimentación ya a los 8 días de vida (Sander, 1985, citado por el grupo de Boston, en uno de
sus últimos trabajos del 2007). Un tipo de dismorfofobia o vergüenza del cuerpo es la
enfermedad de la anorexia mental, de eclosión muy frecuente en la adolescencia, etapa de
desarrollo particularmente específica de la integración de la identidad. En la exploración
psicológica, podemos observar como antecedente, un proceso de desarrollo caracterizado
por síntomas de trastorno alimentario infantil asociado a dificultades en la
conexión/desconexión emocional y dificultades en el tiempo de recuperación de la
desconexión. Estos estados de des-acompasamiento relacional pueden tolerarse, muchas
veces, a través de la fantasía de omnipotencia o ilusión de autosuficiencia (yo conmigo
mismo/a me siento mejor que yo con alguien). El fallo de este sistema defensivo conlleva
sentir vergüenza: vergüenza del cuerpo, vergüenza de ser.
INVESTIGACIÓN DE LA CONEXIÓN EMOCIONAL
Revisemos ahora unos videos del E.Tronick (Boston) para poder ver con detalle la
importancia de la conexión emocional en el desarrollo de la mente humana y los momentos
de des-acompasamiento relacional en el intercambio de subjetividades en la díada
cuidador/cuidado. También destacaré que ambos participantes han cambiado después de
la experiencia: el bebé porque para él es extraordinariamente gratificante recuperar la
conexión tras haberla perdido. Crecemos de esta forma (identidad de filiación: identidad
filial). Por su parte, el cuidador, integra la vivencia de ser confiable, con capacidad para
transformar un estado de tensión en un estado de relajación, se reafirma en su
reconocimiento de ser alguien con función sostenedora, con una mente que sostiene. Esta
experiencia es gratificante para ambos. Nos desarrollamos de esta forma (identidad de
filiación: identidad parental).
1-Vídeo Still Face (cara fija):
Se proyecta la investigación de E. Tronick, que consiste en observar la interacción de una
madre con su hijo después de decirle a la madre que en un momento dado ponga su cara
fija sin expresión alguna, el bebé de seis meses intenta desesperadamente conectar con su
madre sin conseguirlo para después volver a reconectar cuándo la madre retoma la relación
con él. Tronick nos muestra como resultado de sus investigaciones que la conexión
emocional es imprescindible para el desarrollo de la mente. Considera que la interacción
normal en la díada cuidador-cuidado consiste en un 30% del tiempo en conexión, el restante
se reparte entre desconexiones y tiempo de recuperación. La capacidad de recuperación del
bebé después de la desconexión dependerá de la salud emocional del bebé, en relación
directa con la estabilidad de la díada relacional cuidador/cuidado.
2-Vídeo Intercambio de subjetividades, des-acompasamiento relacional y recuperación:
Afecto Miedo.
En esta segunda proyección, la filmación consiste en una mamá y su bebé interactuando
activamente, en un momento dado el bebé de manera accidental enreda sus deditos en el
pelo de su madre. Ella, espontánea y visiblemente, expresa con un gesto facial su dolor, el
bebé reacciona cubriéndose la cara con ambas manos. Probablemente nunca antes este
bebé tuvo una imagen de su madre como esta y sin embargo el bebé reacciona con un
automatismo espontáneo frente al afecto miedo.
La capacidad de recuperación de la conexión interrumpida está en directa relación con el
gradiente de salud emocional de ambos participantes en cada interacción.
Estas investigaciones tienen un extraordinario valor por lo que podemos inferir de ellas para
la observación y el análisis de experiencias de conexión, desconexión, acompasamiento
relacional, des-acompasamiento y tiempo de recuperación de la conexión dentro de una
sesión en un proceso psicoterapéutico.

DISMORFOFOBIA O VERGÜENZA DEL CUERPO

A) ¿QUÉ ES UN SÍNTOMA PSICOLÓGICO?
Un síntoma psíquico es la solución espontánea a un problema emocional, ésta es mi
definición de síntoma, inspirada en Virginia Goldner (2003) que considera que el síntoma
psíquico es al mismo tiempo la expresión del trauma y su solución.
Dismorfofobia es una fobia corporal, un rechazo al propio cuerpo, un miedo extremo a
no ser aceptado. Es la expresión de la “experiencia traumática inconsciente” y su
solución atraviesa el sentimiento de vergüenza: VERGÜENZA DEL CUERPO.
La fragmentación que encontramos en la ruptura psicótica (dificultad para sentir y poder
identificar el afecto) resulta del fracaso en el intento de “enmarcar al miedo intenso”. Por
ejemplo, tener miedo a la obscuridad es un sentimiento muy frecuente en la infancia. El
mejor antídoto de este miedo es la comprensión y aceptación sin ningún tipo de gesto que
conlleve burla o ridiculización de la vivencia de vulnerabilidad. La experiencia de validación y
aceptación del afecto miedo es en sí misma una experiencia que sirve para la
transformación del afecto. Crecemos a través de sucesivas transformaciones.
Se transforma el afecto en el seno de una relación significativa cuidador/cuidado: el miedo
se transforma (no estoy solo/a) y el sentimiento de sí se construye (soy capaz, valioso,
frente a la mirada de alguien importante para mí).
Más allá de la fobia (miedo “enmarcado” que lleva a la evitación como solución espontánea),
la esquizoidia es un estado mental de retraimiento y aislamiento derivado de un sufrimiento
extremo que puede producir, como consecuencia, una alarmante detención del desarrollo
emocional y/o cognitivo.
Un substrato de vergüenza o mundos de experiencia llenos de vergüenza pueden llevar, en
extremo, al retraimiento y/o a la búsqueda desesperada de solución.
Dismorfofobia o Vergüenza del cuerpo: Me gusta mucho más hablar de vergüenza del
cuerpo que de dismorfofobia para definir a un tipo de sufrimiento psíquico de alguien que,
tratando de resolver su grave problema relacional (fobia social, bloqueo de la iniciativa,
sumisión…) se esconde por vergüenza extrema (mundos de experiencia llenos de
vergüenza o substrato de vergüenza) detrás de sistemas de seguridad dirigidos a la
“protección” de uno mismo como el control de los alimentos, control del ejercicio físico,
autolesiones, comer compulsivamente, adicciones...etc.
“Sabe, a mí me pasa lo que a Michael Jackson, él es negro y quiere ser blanco…”, me dijo
en su tratamiento una chica adolescente, de tez blanca y ojos claros, que sufría de
vergüenza del cuerpo y que había desarrollado anorexia mental (como solución espontánea
a su problema) para poder sentirse un poco mejor.
La convicción invalidante de que el defecto está en uno mismo, reside en la base de la
dismorfofobia. Es difícil que esta convicción (ser alguien defectuoso) se diluya y dé paso a la
aceptación y validación de la propia singularidad. Nuestra mente se desarrolla en el seno de
relaciones significativas. Necesitamos de la mirada del otro. Y no siempre el otro está en
condiciones de que su mirada sea clara. Nuestro sentimiento de sí, resulta de la interacción
de subjetividades significativas: “Yo conmigo mismo” resulta del “yo con los demás” y el “yo
con los demás” resulta del “yo conmigo mismo”, dándose una bi-direccionalidad relacional.
Nuestro trabajo como psicoterapeutas conlleva la exploración a este nivel, exploramos la
dinámica relacional contextualizada. Poder identificar el patrón relacional que está en la
base de la forma determinada de “estar con alguien” para dar lugar a nuevas maneras de
relación más satisfactorias.

B) MIEDO Y VERGÜENZA
El miedo es un afecto natural y primario que se va transformando a medida que vamos
creciendo. Estas sucesivas transformaciones del miedo se producen a través de la relación
cuidador/cuidado que experimentamos los humanos desde el inicio de la vida. El mejor
antídoto del miedo es la experiencia de conexión emocional. Un acompañamiento empático
(emoción y cognición) produce la vivencia de “me siento comprendido”: “siento que tú
sientes lo que yo siento”.

Se transforma así el estado de tensión en estado de relajación. Si esta transformación del
afecto miedo no se produce, estaríamos frente a una experiencia de déficit, esta experiencia
es, en sí misma, una fuente de vergüenza: Miedo a decepcionar y vergüenza de tener
miedo.

En trabajos anteriores me he referido a la “patología del no ser”, para tratar a las
manifestaciones clínicas de la vergüenza, como la anorexia mental, un problema de
conducta alimentaria (lo que está explícito es el trastorno de conducta alimentaria) que
conlleva vergüenza de “ser” o dificultad para sentir que podemos “existir en continuidad”
en la mente de alguien que nos valora (lo que está implícito es este substrato de
vergüenza).

La vergüenza es el afecto central del self (el sentimiento de sí, la idea que yo tengo de mí
mismo y la idea que yo creo que los demás tienen de mí). Así como el antídoto de la culpa
es el perdón, el antídoto de la vergüenza es la aceptación. Necesitamos sentirnos aceptados
pero con nuestra propia especificidad. Lo que (inconscientemente y/o conscientemente) se
había considerado como un defecto propio, se transforma en una aceptación de la propia
singularidad. Estas transformaciones forman parte del crecimiento, del desarrollo emocional.
En ocasiones esto se produce con ayuda psicoterapéutica.

Durante el desarrollo infantil, al niño, por sí solo, le es imposible llegar a la comprensión de
que su malestar deriva de un desencuentro relacional o de un des-acompasamiento
relacional. Tendemos a interpretar que el defecto está en uno mismo, en lugar de pensar en
que se dieron algunas experiencias de déficit que podríamos revisar.
El afecto de vergüenza está siempre presente en la consulta psicoterapéutica, conviene
considerarlo como un invitado esperado (Donna Orange, 2005). Resolver aquellas secuelas
emocionales derivadas de mundos de experiencia llenos de vergüenza conlleva atravesar
por la vergüenza. Me gusta relacionar VERGÜENZA e INICIATIVA. Atreverme a ser yo
mismo, atreverme a cuestionar un ideal, lo que se supone que “yo tendría que ser”, es
siempre una experiencia que produce “vergüenza”.
Jean Paul Sartre diría que el afecto de vergüenza nos subjetiviza, nos hace sujetos (Las
fuentes de la vergüenza, Vincent De Gaulejac, 1996). Nos importa qué imagen de
nosotros mismos nos devuelven los otros, necesitamos que este espejo no se rompa,
y dentro de la experiencia relacional es importante poder discriminar lo que es mío y
lo que es del otro en la interacción de subjetividades.

En su trabajo sobre el Quijote, León Wurmser nos muestra como Cervantes se atreve a
cuestionar algunas cosas de su contexto relacional (la moral de la época), también se atreve
a enfrentar algunas cosas de su sentimiento de sí, a través del personaje Don Quijote y su
complementario Don Sancho. Podríamos decir que esta forma novelada, la creación del
autor, sirve para llevar a término el “atrevimiento” o la “iniciativa” atravesando el sentimiento
de vergüenza de una identidad en desarrollo, la identidad del autor.
De hecho, en el trabajo psicoterapéutico, una experiencia emocionada produce la
disminución de aspectos escindidos o disociados de la personalidad. El motor del cambio,
es la emoción. Aprendemos si hay emoción. Recordamos si hubo emoción y en su defecto,
sin emoción, enfermamos.

Expertos en emociones y en como transmitirlas, son los poetas. Sólo los poetas pueden
expresar en muy pocas palabras lo que los demás haríamos a través de actos, gestos o bien
con muchas palabras. Por eso para referirme al afecto miedo y al sentimiento de vergüenza,
voy a transcribir las palabras del poeta Ángel González (1990):

Si temo
mis imaginaciones,
no es porque vengan de mi fantasía,
sino de la memoria.
Si me asusta
la muerte,
no es porque la presienta:
es porque la recuerdo.

Muchas veces, nuestro trabajo con pacientes consiste en poder transformar afectos que,
como el miedo, están en la memoria implícita. Esta transformación se produce a través de la
conexión emocional surgida en el vínculo significativo. De hecho, en la relación
psicoterapéutica, se abre la posibilidad de revisar aquellas vivencias que están en la
memoria pero que nunca antes se habían podido explicitar. Ello conlleva no solo la
transformación del afecto (el miedo, por ejemplo) sino también la transformación del
sentimiento de sí, es decir, la imagen que yo tengo de mí mismo y la imagen que yo creo
que tienen los demás de mí.

Si revisamos el poema de González, estar convencido de que “yo soy” un “fantasioso”, o un
“loco” que imagina cosas que me asustan, un “hipocondríaco” que presiente la muerte a
cada paso, es muy distinto a poder pensar que “yo viví experiencias” que han dejado
“secuelas emocionales” en mí, como un miedo intenso, o una vergüenza extrema.

Si bien el miedo está considerado como un afecto primario, necesitamos tener experiencias
relacionales para desarrollarnos en las que transformamos los afectos. Biológicamente
tenemos un potencial de desarrollo, pero necesitamos practicar. Únicamente podremos
incorporar una función autorreguladora de los afectos si hemos tenido la experiencia de
pasar de un estado mental de tensión a un estado mental de confort en el seno de una
relación. Un déficit a este nivel produce vergüenza, ya que la convicción de ser alguien
defectuoso frente a los ojos del otro, bloquea cualquier tipo de iniciativa (vergüenza de ser).
El miedo que no se ha podido transformar a través de las experiencias de relación con
alguien significativo (relación cuidador/cuidado) produce sufrimiento mental y detención del
desarrollo emocional. La vergüenza de tener miedo produce vergüenza. Es decir, la
experiencia de déficit en la transformación del miedo origina la convicción de que hay un
defecto en mí y esta convicción vergonzosa es a la vez una fuente de vergüenza: vergüenza
de tener miedo y vergüenza de tener vergüenza. El miedo no se pudo transformar y yo no
me sentí aceptado/a, esta vivencia conlleva la idea de que el defecto está en mí.
Al pensar estas dinámicas desde una perspectiva relacional que incluye la idea de desarrollo
en un contexto determinado: Estamos ampliando el marco de comprensión con el objetivo
de aumentar la eficacia terapéutica. Tendremos así, la posibilidad de reparar las
experiencias de déficit que están en la base de los estados mentales de ansiedad o bien,
aquellas que están en la base del síntoma psicológico (substrato de vergüenza). Es útil
pensar que este proceso, el proceso de transformar afectos, muchas veces atraviesa por la
vergüenza. Se trata de poder tolerar afectos o pensamientos que solo se podrán expresar si
hemos podido anticipar una aceptación y no un rechazo o una burla o ridiculización.
Esta consideración está ampliamente desarrollada en el trabajo de Lansky (2005), en el que
se desarrolla la conceptualización del síntoma psicológico como una “solución de
compromiso” que daría cuenta de algo, pero solo en parte. Una “idea” que es incompatible
con la conciencia no es facilitadora de la progresiva integración de la personalidad.
Un ejemplo de ello es el siguiente: un joven presentaba sintomatología depresiva desde
hacía varios años que conllevaba un bloqueo en sus estudios que estaban interrumpidos. En
el tratamiento pudimos abordar el substrato de vergüenza, la vergüenza escondida, como
diría Lansky. Este joven se recordaba de niño con ideas incompatibles sobre su incipiente
identidad sexual en desarrollo. Ideas que trataba de “sacar”, activamente fuera de su mente
porque éstas eran incompatibles con su contexto relacional más íntimo, y él como todos los
humanos, necesitamos para desarrollarnos sentirnos queridos y valorados. En la
experiencia de tratamiento pudimos pensar en la compatibilidad de su singularidad, su
identidad sexuada en desarrollo y la vivencia de no tener que renunciar a una imagen
considerada y de valor de él mismo. En su contexto relacional esta cuestión (su identidad
sexual) era altamente conflictiva. En un tratamiento psicoterapéutico, los sucesivos
desenlaces en el análisis de estados mentales de ansiedad y/o depresión, son momentos
altamente afectivos que sirven para de-construir y co-construir la imagen que tenemos de
nosotros mismos. El sentimiento de ser pensado por un otro significativo como alguien de
valía y con un potencial de desarrollo, está en la base de la autoestima. Esta vivencia es, sin
ninguna duda, una experiencia que sirve para alcanzar la integración de la personalidad.
Una etapa de desarrollo especialmente significativa para estas consideraciones es la
adolescencia.
La identidad se construye progresivamente, y es especialmente importante el paso de la
infancia a la adultez, la etapa de la adolescencia, “la etapa de las vergüenzas”.

ESCENAS CLÍNICAS

A) ¿QUIÉN LE DIJO AL PATITO FEO QUE ÉL ERA FEO?
Me centraré ahora en una experiencia de tratamiento en la que LA VERGÜENZA DEL
CUERPO fue el afecto por el que pudimos acceder mi paciente y yo al substrato de
vergüenza: el problema relacional que estaba en la base del síntoma somático de la
alopecia total. (Trauma y solución)
A Katy3 la trajeron sus padres a mi consulta después de dos meses del inicio de su alopecia
decalvante. Katy, una niña pre-adolescente, había perdido totalmente su pelo y su vello
corporal. La ausencia de pestañas y cejas acentuaban enormemente una mirada triste en
una niña extremadamente avergonzada (llena de vergüenza, vergüenza tóxica). La
pubertad es fisiológicamente la etapa de las vergüenzas, ya que en esa etapa de desarrollo,
el chico y la chica se van diferenciando física y psíquicamente de los otros de una
manera mucho más consciente y evidente, tanto para uno mismo como para los demás.
Cuando conocí a Katy, ella usaba peluca para tapar la ausencia de pelo y poder ir así un
poco más tranquila al colegio. Durante el tratamiento descubrimos que debajo de la punta
del iceberg de la alopecia vergonzante había todo un mundo de vergüenza que hasta
entonces estaba ANULADO. Sabemos que la alopecia total es muy difícil de revertirla, en
esta ocasión el tratamiento fue exitoso por la buena disposición de Katy y su familia desde
un inicio, aunque también diré que tuvimos que superar dificultades para que el encuadre
terapéutico fuera considerado fiable, sobre todo con la familia de Katy.
En las sesiones de tratamiento pudimos abordar lo que había sido inabordable, considerado
como un tabú y causante de sufrimiento en Katy y en su familia. Estábamos tratando el
sufrimiento mental, con especial atención en el desarrollo de Katy, adentrándonos en su
mundo de vergüenza. Existía en el síntoma vergonzante de la alopecia un substrato de
vergüenza que devaluaba su sentimiento de sí. El desarrollo emocional de Katy estaba
detenido.
Katy era hija de madre oriental y padre europeo. Ella perdió todo su pelo coincidiendo con la
primera vez que sus padres se fueron de viaje y la dejaron a ella y a su hermano con la
abuela materna, con quien los niños tenían un escaso vínculo (de hecho, esta abuela se
desplazó desde Asia a Europa para estar una temporada con sus nietos).
En las sesiones de tratamiento con Katy y con su madre pudimos reconstruir la siguiente
historia:
Cada año, antes del nacimiento de Katy, los padres de la madre de Katy (que vivían en
Asia) se reunían con su hija para viajar por Europa. Cuando la madre de Katy se quedó
embarazada de ésta, se anuló el viaje previsto porque el ginecólogo consideró que existía
un riesgo de aborto. Entonces el padre, el futuro abuelo, cambió su habitual plan de cada
año, el viaje por Europa con su hija, por unas vacaciones para practicar su deporte favorito,
la inmersión en profundidad con botellas de oxígeno. Aquel Agosto sufrió un accidente
buceando y perdió la vida. La madre de Katy se deprimió, pensó que ella tendría que haber
ido como cada año de viaje con sus padres, y que si accidentalmente hubiera abortado, ella
podría haber buscado más adelante un nuevo embarazo.
Katy nació en este contexto relacional, con su mamá deprimida por la muerte accidental de
su padre. A Katy no le faltó ningún cuidado físico por parte de los adultos que la
acompañaron, sus padres, pero desafortunadamente le faltó la vitalidad emocional que la
madre no le pudo ofrecer. Katy se creía fea, la madre le había explicado muchas veces que
ella nació poco agraciada, pequeña, muy arrugada, “nací bastante fea” repetía Katy en sus
sesiones conmigo. Yo la veía guapa, una niña de ojos claros, pero muy inexpresiva,
extremadamente triste.
Fue especialmente emocionante aquella sesión en la que la madre le explica todo esto a su
hija, se les resbalaron las lágrimas a las dos, se abrazaron. Yo sentí que se recuperaba un
vínculo que estaba “tocado” por un substrato de vergüenza, del que nos ocupamos a lo
largo del tratamiento de Katy.
El resultado de esta especie de “self-disclosure”, “de revelación entre madre e hija” conllevó
el que Katy entendiera el substrato de este “clima enrarecido” que se había instalado entre
ellas durante tanto tiempo. Se pudo deshacer la convicción de ella “soy fea” y en su lugar
pudo pensar en: “cuando mi madre estaba embarazada de mí, se deprimió porque murió el
abuelo que nunca conocí, estaba deprimida y no pudo sentir, al mirarme, que su niña era
preciosa”.
En el momento de la sesión en el que las dos lloraban al mirarse os aseguro que ambas
estaban realmente preciosas, aquella belleza de lo auténtico que consiguen expresar los
artistas en una pintura o en un poema4. Cada una se sintió preciosa ante la otra. Yo las vi
preciosas a las dos y ellas se sintieron preciosas ante mí. Este sistema intersubjetivo entre
las tres produjo un intenso cambio en la vivencia que Katy tenía de sí misma.
Katy recuperó su pelo completamente, su expresión viva e inteligente y su relación con su
madre y consigo misma cambió.
El tratamiento con Katy atravesó por “momentos de vergüenza” como cuando tuvo que
prescindir de su peluca porque su pelo empezaba a crecer y si no “respiraba” corríamos el
riesgo de que “asfixiado” se volviera a caer. Ir al colegio con su nueva imagen, con su bonito
pelo, corto y rizado, en lugar de la media melena, fue difícil. Mostrarse con este cambio era
exponerse a la mirada de los demás con la experiencia de “algo pasó”, “yo no estaba
bien”, “necesité tratamiento”. Esto era realmente muy doloroso: Una iniciativa de salud que
atravesaba la vergüenza.
Deshacer la convicción de “yo soy defectuosa”, “fea”, “calva”, “nulidad”… conllevó
atravesar por la vergüenza. Un sentimiento que está en estrecha relación con
vulnerabilidades o fragilidades no suficientemente identificadas y/o no-reconocidas en los
cuidadores, o, mejor dicho, con fragilidades derivadas de la dinámica relacional
cuidador/cuidado. Un trabajo terapéutico ampliado a la comprensión relacional, que tiene en
cuenta el contexto de desarrollo, permite acceder a las fuentes de la vergüenza.
Cuando Katy se despidió de mí, ella era una guapa adolescente, me dijo: “¿sabes Rosa? De
no haber sido por mi alopecia creo que nunca me hubiera podido dar cuenta de que
necesitaba psicoterapia, este tratamiento me ha servido para saber darle importancia a mis
sentimientos”
El sentimiento de vacío, de no existir, de no importar a nadie, pudo ser identificado en la
relación terapéutica como un substrato de su vergüenza de ser (fea, calva, insignificante,
nulidad…). La alopecia concretizaba el sentimiento de sí defectuoso que de otra manera
hubiera pasado desapercibido.
Volvamos a pensar ahora la definición de síntoma: una solución espontánea a un
problema que tendremos que resolver en el tratamiento, usando la observación, la
resonancia de los afectos y la capacidad para sostener la mente del paciente en
continuidad5.
Pensemos ahora en la pregunta con la que empezaba uno de mis trabajos sobre vergüenza
(2005): ¿Quién le dijo al patito feo que él era feo? ¿Quién soy yo ante mí mismo? ¿Quién
soy yo ante los demás?: ¿Qué substrato de vergüenza encontraremos?
Me encontré circunstancialmente a la madre de Katy años más tarde, Katy estaba bien, era
una universitaria, la madre me lo explicaba con aquella satisfacción de las madres:
emocionada, con brillo en sus ojos, por los éxitos de la hija. Las cosas siguen y
seguirán bien, pensé. Me encantó ese encuentro casual.
Descubrimos, en la psicoterapia, dinámicas relacionales que desafortunadamente no
facilitaron suficientemente el desarrollo emocional, o bien descubrimos circunstancias
traumáticas que no se pudieron conectar con sus consecuentes repercusiones. En cada
díada paciente-terapeuta este “descubrimiento” es distinto. El descubrimiento terapéutico en
la experiencia que acabo de relatar fue que la madre de Katy no pudo ver a su hija guapa
hasta su adolescencia, con y después del tratamiento.
¿Qué ocurrió en el tratamiento?: La facilitación para que esa dinámica relacional recuperara
o “estrenara” la función de sostén mutuo. Madre e hija en interacción emocional. La brújula
que nos ayuda es la identificación y la validación del afecto. La madre orgullosa y
satisfecha de su hija, era la madre que me encontré años más tarde de la finalización del
tratamiento de manera circunstancial, pero desafortunadamente precedieron a este
encuentro muchos cumpleaños de Katy en los que estuvo muy presente (en la mente de la
madre) el recordatorio de la muerte del abuelo que Katy nunca conoció. Para que lo nuevo
tenga lugar, primero tenemos que identificar lo antiguo, de esta forma el presente deja de
estar, única y completamente, teñido de los tonos emocionales del pasado. La mente se
expande a través de la interacción con un otro significativo. E. Tronick se refiere a esta
transformación como “expansión diádica de la consciencia”. O lo que es lo mismo: Ambos
participantes de la experiencia emocional han cambiado.
A la pregunta que me hacía ¿Quién le dijo al patito feo que él era feo?, respondería ahora:
“nunca le dijeron guapo con autenticidad”, es decir, algo fallaba en esa dinámica
relacional. Nuestro trabajo consiste, pues, en investigar con el paciente la experiencia de
déficit. Una comprensión que se co-crea en la relación terapéutica. Así se crea una nueva
memoria implícita.

B) OCUPAR UN LUGAR IDEAL EN REALIDAD ES NO TENER LUGAR
Carlos, un joven de 25 años, empieza su tratamiento después de un fracaso terapéutico
anterior. Su sufrimiento central es llegar a conseguir un físico aceptable que le dé seguridad.
En ese empeño, Carlos practica deporte a diario, se depila a menudo, cuida muchísimo su
imagen corporal y, a pesar de todo, no consigue la vivencia de seguridad necesaria para
acabar su carrera universitaria (lleva dos años en el último curso), ni tampoco alcanza la
seguridad necesaria para tener una experiencia sexual en simetría. Recurre a prostitutas,
es para él “más amable y soportable” el ambiente sórdido del prostíbulo que la intimidad con
una chica. Esta intimidad le resulta extremadamente amenazante, sobre todo si ella es
atractiva. Carlos está atrapado en mundos de experiencia llenos de vergüenza que
tendremos que descubrir juntos en la experiencia terapéutica.
El otro día me decía, “sabe, mi madre nunca me dijo que yo era un niño guapo, en el fondo
he de reconocer que es sincera y su autenticidad no me daña, me hace bien…”

Pienso que el daño psíquico está tanto en Carlos como en los adultos cuidadores (ambos
padres). Atrapados en un mundo experiencial lleno de vergüenza.
¿Qué le pasa a la madre/al padre que no se puede “enamorar”6 de su hijo/hija?:
¿sentimiento de inseguridad?... ¿vergüenza? ... ¿validación del otro antes que a sí
misma/mismo y a su cría? ... ¿circunstancias ambientales?... como las que pudimos
descubrir en el tratamiento de Katy...
Nuestro trabajo con Carlos consistirá en poder re-construir o reparar su identidad dañada a
través de la validación del afecto y su transformación.
Este trabajo atraviesa la vergüenza. En el paciente porque está atrapado en la rabia, en el
sentimiento de injusticia, en el orgullo herido, en la herida en el amor propio. En el analista
porque la lógica expectativa de ser útil y ayudar al paciente, atraviesa por momentos de
insuficiencia, miedo a no servir, sensación de fracaso...
Esta dinámica relacional que atraviesa la vergüenza es también una nueva oportunidad para
resolver el problema de manera distinta. Identificamos el patrón relacional de base en el
que se sustenta la convicción de nulidad, de no existir, de no ser suficiente. Estar en
disposición de reconocer el propio error e identificar las repercusiones de nuestros fallos
empáticos nos ayuda a seguir en la brecha.
Una perspectiva relacional es útil para una compresión ampliada del dolor emocional. Se
considera que la vergüenza es el afecto central del vínculo social. Necesitamos sentirnos
formando parte de la comunidad, como uno más (aceptación) pero validados en nuestra
particularidad. La no aceptación y la dificultad en la validación de la propia singularidad es
la causa de un intensísimo dolor psíquico que detiene el desarrollo emocional porque la
socialización siempre está, en mayor o menor grado, interferida.


CONCLUSIÓN
Los humanos, como podemos ver en los videos de E. Tronick, para poder identificar que
sentimos, necesitamos una participación activa del cuidador (empatía emocional y
cognitiva). Vale la pena pensar que el cuidador llegó a ser adulto después de experiencias
significativas que determinaron su gesto espontáneo, su manera de ser. Una observación
con perspectiva ampliada nos permite explorar mundos de experiencia en los que, muchas
veces, encontramos substratos de vergüenza. Poder acceder a ellos se hace imprescindible
en el tratamiento del sufrimiento emocional con una clara finalidad: Disminuir el sufrimiento
mental y desbloquear el desarrollo emocional que estaba detenido.
El psicoanálisis relacional es una forma de tratamiento psicológico basado en la observación
y en el estudio del intercambio intersubjetivo. Comprender el sufrimiento psíquico desde una
perspectiva ampliada a la relación, conlleva observar e identificar sensaciones, afectos y
pensamientos. El trabajo compartido entre analista y analizado amplia el marco de
comprensión desde el que podemos inferir aquellos patrones relacionales que sustentan a
un estilo de relación o que, incluso, produjeron un síntoma psicológico.
La imagen que tenemos de nosotros mismos depende de la mirada de los demás.
Necesitamos de esta especularidad para nuestro desarrollo. El principal locus cerebral de la
especularidad relacional es la corteza frontal inferior y concretamente las neuronas espejo.
La conexión emocional es la unidad psicológica básica de desarrollo en la que participa la
díada cuidador/cuidado. Ambos co-participan según el contexto relacional (circunstancias
variables del entorno relacional y la cultura) y según la biología (dotación genética). Aquellas
diferenciadas situaciones (contexto) y estos particulares elementos (biología) serán
determinantes en las diferentes experiencias relacionales de cada una de las distintas
etapas del desarrollo evolutivo.
El desarrollo del yo depende de las experiencias relacionales.
La capacidad transformadora del yo reside en la posibilidad de incorporar algo nuevo de
nuestro semejante en cada uno de los intercambios intersubjetivos de la experiencia misma.
En la tarea compartida de identificar, aceptar y validar la propia singularidad, la sesión
analítica es una experiencia de de-construcción y construcción del sentimiento de sí que
muchas veces atraviesa por la vergüenza. La emergencia del sentimiento de existir (yo soy)
está vinculada estrechamente a la experiencia de vergüenza. En este sentido, iniciaba este
capítulo, DISMORFOFOBIA O VERGÜENZA DEL CUERPO, con el pensamiento postcartesiano
de:
“Siento, luego existo…”

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